Comentarios sobre libros y otras publicaciones

Presentación del libro BOLCHEVIQUE DE SALÓN, de Mario Rapoport, Ed. Debate,

Biblioteca Nacional, 31 de octubre de 2014.

Horacio González

Director de la Biblioteca Nacional

 

El libro de Mario Rapoport, es una luz de gran capacidad de ilustración sobre una figura vagamente conocida en la Argentina, como es el caso de Félix J. Weil, que era un joven argentino, que pensaba en alemán, financió a la archiconocida Escuela de Frankfurt, llamada realmente Instituto de Investigación Social, y tuvo una vida de singular interés.

Es un libro de carácter biográfico pero permite pensar buena parte del siglo XX, sus guerras, sus discusiones ideológicas. Por el desfilan por toda clase de personajes, dentro del interesantísimo hilo que en el que se despliega la vida de Weil. Éste fue un joven de la izquierda alemana que nunca dejó de pensar en la Argentina, eso es lo extraño, tiene mucha fuerza ese hecho porque vivió poco tiempo en nuestro país, creo que quince o dieciséis años, aunque volvió varias veces con el ropaje de empresario, porque era el hijo de uno de los más fuertes exportadores de cereales de la Argentina, junto a Dreyfus y Bunge y Born, el dueño de la Casa Weil Hermanos, hoy desaparecida.

Una parte de esa enorme fortuna acumulada con los granos argentinos, fue invertida en la fundación de esa escuela, que en principio tenía como motivo estudiar el marxismo. Hay ciertamente un halo de cientificidad en todo lo que hace Félix Weil, justo en la denominada Escuela de Frankfurt, que no se caracterizaba precisamente de parte de quienes la hicieron conocer mundialmente por asociar la idea de ciencia con el marxismo. El caso de Félix, es el de alguien que cree en un marxismo científico y no se priva de tener relaciones con Karl Korsch, con George Lukacs, con Clara Zetkin, quien es una de las fundadoras del espartaquismo alemán junto con Rosa Luxemburgo, de modo que ya mencionar estos nombres significa mucho. Pero Weil discute también con Zinoviev, el jefe de la Internacional Comunista, sobre la formación del Partido Comunista Argentino. Estos son hechos muy bien relatados en el libro, que tiene sin duda una estructura fuertemente novelística, como suele suceder con las mejores biografías. En todo texto biográfico, como el Facundo de Sarmiento, se puede asociar novela e historia con mucha facilidad.

Y aquí está la Argentina vista por la mirada de un exiliado argentino en su mismo país. Por eso es muy interesante todo lo que dice Félix Weil a su respecto, equivocándose, como señala Mario, pero con interesantísimas equivocaciones, lo que no nos garantiza que seamos nosotros los que estemos acertados en esta materia en un pais complejo como es la Argentina.

Definitivamente Weil es un serio marxista, que ha terminado su doctorado en la universidad y, al mismo tiempo, como se refleja en la tapa del libro, una tapa muy contundente, es el personaje del cuadro de un caricaturista y pintor vanguardista alemán, George Grosz, muy amigo de Félix, donde se ve con una faz diferente, que representa bien el título del libro: bolchevique de salón. Este cuadro revela los tintes de la época, y de algún modo el pensamiento íntimo de Félix Weil, sentado en forma displicente, leyendo unos manuscritos para una editorial de izquierda que dirigía. Es que Weil es un mecenas además de ser un marxista comprometido, de lo contrario no se hubiese interesado en todas las personas que se interesó. Sostuvo financieramente a intelectuales y artistas, como Korsch y Grosz, frecuentó a Piscator y Bertold Brecht. Pero también nos enteramos por este libro, absolutamente revelador, que Weil es de formación economista. Uno vagamente sabía estas cosas, lo que hizo Mario es esclarecernos en lo que para nosotros era un conocimiento vago, con la atadura, de una hermosa fragilidad, de la apoyadura biográfica. No hay una estructura explicita en la historia, hay una atadura biográfica que une a Argentina y Alemania de una manera original.

Y si uno dice que conocía a Félix Weil vagamente, es por la obra de Milcíades Peña, que se revela como un discípulo declarado: a la luz del libro de Mario ahora se puede ver que su compenetración con Weil iba más allá de las citas que Peña hacía de su obra, que no fueron pocas.

Incluso, en uno de los números de su revista Fichas de la investigación social Peña traduce partes del libro de Weil sobre la Argentina, un libro fenomenal, cuya primera edición la publicó la Biblioteca Nacional hace cuatro años: El enigma argentino (Argentine Riddle). En ese sentido la relación de Milcíades Peña y Félix Weil es de tanta importancia, como la influencia etérea que tuvo Peña sobre buena parte del marxismo argentino. Peña tuvo una vida trágica, incompleta, lo que no fue el caso de Félix Weil, pero muchas de sus tesis son tomadas de éste: especialmente el conflicto entre terratenientes y capitalistas industriales.

Félix Weil, como hijo de un empresario que se enriquece con el comercio de granos, apuesta a lo contrario de lo que el destino familiar indicaba. Eso es muy interesante. El hijo rico funda una escuela marxista, la funda científicamente y, al mismo tiempo, opta por el partido de la industrialización y de la intervención del Estado en la economía argentina. De allí surge su relación con Pinedo y el modo en el que estudia la década del treinta en la Argentina, que es lo que le permite a Peña sostener su tesis de que el peronismo constituyó en política económica la continuación de las Juntas Reguladoras de los años treinta. Y, por otro lado, Weil y Peña coinciden en su visión sobre el peronismo y Perón. Porque Weil, por sus relaciones, tenía todo para decirle fascista a Perón, que no goza de su simpatía, pero ve al Perón del ‘44, y dice que no es fascista, es otra cosa, que le cuesta definir, como nos cuesta definirlo también a nosotros.

En verdad, la vida intelectual de Félix Weil no se diferencia demasiado de la de cualquier joven argentino, incluso de nuestra época, con algunas diferencias notables: entre los que yo conozco, ninguno tenía el dinero de Félix Weil; ninguno se fue a estudiar con los mejores profesores a Alemania y, (extendiendo licenciosamente la metáfora), ninguno participó en el partido de Rosa Luxemburgo. Salvando esas tremendas diferencias es un muchacho argentino. Podría haber estado en cualquier liga peronista de los años ’60 si exageramos estas utopías. Efectivamente, el estuvo en el espartaquismo, esa es otra curiosidad, porque había que dar un paso fundamental para elegir esa corriente en la Alemania de la primera posguerra, con una socialdemocracia dominada por Bernstein, por Kaustky. Un joven rico marxista tenìa más posibilidades de acercarse a ellos que a Rosa Luxemburgo, cuya teoría económica sostiene el colapso del capitalismo. Pero el costado marxista de Félix Weil, sin embargo, lo lleva a simpatizar con el fracción más radical de los espartaquistas, y por bastante tiempo por lo que veo sorprendentemente en este libro.

El caso de Rosa Luxemburgo es fundamental en la historia del marxismo. No solo por su teoría económica, cuya idea principal es la de la ruina y el colapso del sistema, que no creo que hoy sea útil para analizar la economía mundial, sino porque fue víctima de los freikorps, de cuerpos armados de voluntarios, soldados y civiles amparados por el ministro de defensa socialdemócrata, un episodio muy oscuro de la historia de ese país, porque esa socialdemocracia que da inicio a la República de Weimar fue, casi deliberadamente, la antesala del nazismo, en vez de constituirse en la principal fuerza que podía contenerlo.

Hay que recordar las tesis de Benjamin y de otros, que vieron a la socialdemocracia no como una neta opositora del nazismo, error histórico se dirá, pero de algún modo ese era el clima de discusión entre los marxistas de la época. El asesinato de Rosa Luxemburgo lo produce un cuerpo de jóvenes, con el reclutamiento de civiles -producto de la desmoralización del ejército derrotado en la Primera Guerra Mundial-, dispuestos a convertirse en una fuerza de choque contra la poderosísima izquierda alemana. Esos eran los freikorps, los cuerpos libres, lo que aquí serían las tres A, pero no eran clandestinos, se manejaban como un ejército paralelo pero con estilos militares muy claros, con la técnica del asesinato en los callejones. Y así muere Rosa Luxemburgo.

Por eso la vida de ese siglo está teñida, además del nazismo, por este drama alemán, que de alguna manera prosigue en la Argentina Milcíades Peña, agregándole con su suicidio, el específico drama argentino. Todo en el marco de la controversia de teorías económicas, de teorías artísticas (en menor escala) que no dejan de estar presentes aquí como parte de una historia central en la vida intelectual argentina, que es el papel que la Escuela de Frankfurt siempre tuvo en la Argentina.

Paradójicamente, el Instituto de Investigación Social, fundado en 1923, pertenecía en sus orígenes a un ámbito amparado en el ministerio de cultura de la Social Democracia, de modo que también tenía un fuerte vínculo con el Estado, aunque, como se dijo, con un financiamiento argentino. Hoy hablaríamos de la globalización, pero es cierto que salía de los granos, de los trigos argentinos, de parte de lo que acumula Hermann Weil cuando viene a la Argentina, y se hace pronto millonario aprovechando el boom agroexportador. Hermann, si bien pertenecía a una modesta familia de campesinos y comerciantes judío alemana conocía bien desde muy joven el comercio de granos. Alguien le dice cuando llega a la Argentina, “este es nuestro ejército, las espigas de trigo, con esto combatiremos”, y el se lo toma muy en serio. Pero aunque llega a sentirse argentino, colabora con el Káiser, como en el caso de muchos judíos alemanes, en la Primera Guerra Mundial.

En fin, son todas vicisitudes que este libro narra de una manera sutil y refinada, conmovedora diría, que nos llevan a la disputa interna del marxismo, cuando Félix Weil se opone a que la Escuela de Frankfurt sea dirigida por Horkheimer y Adorno, que son los que la dan a conocer mundialmente. Eso ocurre porque ante la renuncia de Grünberg su anterior director, había que nombrar otro (que sería Horkheimer) y él no era partidario de que tomara ese giro vinculado a la filosofía social.

Creo que todos aquí somos un poco hijos de la filosofía social, antes que de la economía científica, por lo menos, buena parte de las ciencias humanas tal como se plantearon en la Universidad de Buenos Aires en los años ‘60. Félix Weil se opone a la filosofía social y ve en Horkheimer, que había sido su condiscípulo, el máximo representante de ella.

Estoy hablando de esto como si lo supiera de antes, pero tengo que aclarar nuevamente que todo me lo ilustra el libro de Mario. Y así quería concluir. Efectivamente es un gran debate, que perdura hasta hoy. Él tuvo una vida parecida a la filosofía social, mientras que en sus libros y trabajos su visión de la Argentina está más presa de un marxismo más bien tradicional, que lo lleva a coincidir con las tesis liberales, no liberales tontas diría porque era un personaje muy agudo. Yo leí “El enigma argentino” cuando lo publicó la biblioteca nacional en castellano, antes estaba solo en inglés. Uno quisiera, cuando discute con un marxista liberal argentino, que tuviera la cuarta parte de la agudeza de este gran personaje.

De modo que hay que considerarlo como un joven argentino, que se inscribió en las filas del espartaquismo alemán, que hizo una deriva personal sumamente interesante y artística también, que sostuvo las posiciones de una ciencia marxista dotada parcialmente para explicar los fenómenos mundiales y argentinos. Y creo que esto último lo encontró en un voluntario discípulo argentino, al que él no conoció, como Milcíades Peña. En síntesis, Bolchevique de salón me pareció un gran libro.

 

Eduardo Grüner

Sociologo, ensayista y crítico cultural, ex Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

 

Quiero primero agradecer a Mario que me haya invitado a presentar este libro, que fue para mí un gran descubrimiento, no solamente por el valor del libro en sí, sino porque me hizo volver a una cantidad de lecturas, medio abandonada. Bueno, antes de referirme más particularmente a su contenido y a que a alguno de mis amigos se les ocurra hacer un chiste, inevitable, debo empezar por decir que me siento totalmente identificado en lo personal con el título, pero no sin aclarar, como lo hace el propio Mario, que es un epíteto que se pone el mismo Félix Weil, aunque también el libro muestra a lo largo de sus páginas que Félix hizo algunas cosas más que pasear por los salones elegantes de la izquierda europea.

Me refiero al libro, pero en realidad, para ser justo, tendría que hablar de varios libros contenidos en Bolchevique de salón, porque hay por los menos tres dentro de sus páginas. En primer lugar una biografía, por supuesto una biografía personal e intelectual de un personaje bien singular, como es Félix Weil. Hay también una novela familiar, una pequeña y bien jugosa historia de la familia Weil, por lo menos de Félix y sus padres, y también con un sentido vagamente freudiano, una especie de mitología, de leyenda, a propósito de esa familia. Y hay una historia de la cultura europea y argentina, y de la relación entre ambas. Europea, pero sobre todo alemana, con la proyección que la Alemania de esa época tuvo sobre todo el mundo; y asimismo argentina, por lo menos para fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Una historia de la cultura que incluye, por supuesto, la política, la economía, etc.

Es una idea muy original la que ha tenido realmente Mario al rescatar a este personaje, tan ninguneado por la historiografía convencional clásica. Yo comentaba, antes que empezara esta mesa, que pasé mucho tiempo estudiando la república de Weimar, los acontecimientos, los procesos políticos, sociales, culturales de esa república y cuales fueron los orígenes del nazismo, y muy raramente me tropecé en ese contexto con el nombre de Félix Weil.

Por supuesto, me entere de él por la escuela de Frankfurt, estaba claro que en sus inicios había financiado el instituto que le dio origen, primero consiguiendo el aporte del padre, después usando su propia fortuna. Esto era la anécdota que uno conocía, y voy a tener que corregirla, porque cada vez que doy clases sobre la escuela de Frankfurt, como anécdota simpática, les cuento a los alumnos que la escuela de Frankfurt nació para nosotros muy cerca de acá, en Marcelo T, en Puan, yo decía en la calle Viamonte, (en distintas sedes de la Facultad de Filosofía y Letras o Ciencias Sociales) y ahora me entero que era en Reconquista y Lavalle, donde tenía las oficinas Hermann Weil.

Resulta también, por el libro de Mario, que uno se entera de mucho más a que esto. Efectivamente, Félix Weil posibilitó financieramente la existencia de la Escuela de Frankfurt. Pero hete aquí que también contribuyó en forma decisiva, por ejemplo, a financiar la difusión del film de Eisenstein el Acorazado Potemkin. Y el teatro proletario del Piscator, y un montón de cosas más. Entonces, uno de pronto llega a esa altura a leer todas esas referencias y dice ¿pero cuanto le debe la cultura del siglo XX, y en especial, la cultura de izquierda al dinero de un oligarca argentino?

Y por supuesto que no se trata, nos enteramos leyendo el libro, solamente del dinero. Félix Weil hizo también algunos aportes teóricos, políticos, nada desdeñables a la cultura de izquierda, no solamente europea, sino también argentina con las reservas o críticas que uno le puede hacer. Y la Argentina, con esa formación europea que tenía Félix Weil, era una verdadera obsesión para él. El sólo hecho de que se haya preocupado por develar el enigma de la esfinge, como Sarmiento procuraba hacerlo de Rosas o de Facundo, eso que él llamó el enigma de la Argentina y que, por supuesto, no consiguió develar, lo que pareciera ser imposible.

Lo cierto es que fue un gran organizador político-cultural, además de su relación con con Clara Zetkin y otros lideres espartaquistas, de su militancia un tanto marginal pero efectiva y no sin riesgos en la revolución alemana del ‘19. Hay un pasaje por lo menos para mi apasionante, que es lo que tiene que ver con lo que se llamó la semana del trabajo marxista, una especie de antecedente de lo que fue después la escuela de Frankfurt. Esa semana de 1922, que organiza Félix Weil con su dinero reuniendo a gran parte de la crema de la intelectualidad de izquierda de la época, donde suceden acontecimientos relevantes para el pensamiento de la época, como que allí Lukács presenta Historia y conciencia de clase y Karl Korsch, la primera versión de Marxismo y Filosofía, dos textos que han sido absolutamente fundamentales para la teoría marxista.

Quiero decir, uno lee eso y siente que está asistiendo al nacimiento, de lo que se dio en llamar el marxismo occidental. En este sentido puede ser, por lo que pasó luego, que Weil haya sido un fracasado, pero ya quisieramos nosotros fracasar así.

También hay anécdotas jugosas, en esa semana del trabajo marxista participaba un señor llamado Sorge, famoso después como espía de Stalin en Japón. Entonces uno viene a enterarse que estuvo ligado al principio a la Escuela de Frankfurt, ese hombre sobre el cual se han hecho películas, se han escrito tantas novelas, por lo que todo esto se puede leer como una especie de interesantísima narración del mismísimo John Le Carré.

Weil mismo en uno de sus regresos a la Argentina, actuó como un agente, como una importante correa transmisora de Zinoviev, el jefe de la Internacional Comunista con el que se había contactado previamente, en la constitución misma del partido comunista argentino. Ese es otro pasaje del libro absolutamente remarcable, donde Mario cuenta las internas entre los propios dirigentes de la internacional en torno a la conformación del Partido Comunista Argentino, las discusiones y las chicanas, porque estaban los que creían que el partido tenía que formarse a partir de la comunidad rusa, es decir los exiliados rusos en la Argentina. Entonces Félix Weil les decía “¿usted cree que ser ruso es garantía para ser un buen marxista?” Además en los años, él trabaja para el gobierno conservador de Justo, colaborando con Federico Pinedo. No es el mismo Pinedo ultraliberal de un tiempo después, pero de todas maneras su colaboración con un gobierno de ese tipo, implica también el retrato de un cuestión que hace al mismo personaje, a su condición de clase.

Todos esos aspectos contradictorios, forman parte de ese transfondo enmarcado en la historia familiar. Una historia de la cual, por supuesto, uno no puede tener todos los datos, ni puede animarse a hacer interpretaciones que no son demasiado pertinentes, pero que sospecho contribuye a explicar en buena medida alguna características de nuestro protagonista.

El padre de Félix, Hermann Weil, con el cual tiene una relación más bien distante, pero al mismo tiempo, nos da la impresión, cariñosa, amorosa, es también todo un personaje, pone plata para una enorme cantidad de emprendimientos, muchos de ellos de izquierda, cuando él es un gran burgués. Mario arriesga la posibilidad de que se sintiera culpable, porque había empezado de abajo, como empleado de una cerealera y hecho una fortuna incalculable, lo que explicaba psicológicamente su buena disposición.

Pero hay alrededor de Hermann una serie de anécdotas en el libro que me gustaron mucho, como esa cuando el káiser Guillermo II, le ofrece a Hermann, que tenía ya la nacionalidad argentina, un título de nobleza (por su contribución a la guerra a favor del imperio alemán) y a cambio le pide que se convierta al protestantismo y renuncie a la ciudadanía argentina adoptando la alemana. Entonces Hermann Weil le responde: “mire no, no me voy a convertir al protestantismo ni a ninguna otra religión -él era judío, por supuesto, de origen- porque soy agnóstico, he decidido eso hace mucho tiempo y sería una hipocresía de mi parte, Y en cuanto a la ciudadanía argentina tampoco pienso renunciar, y usted el Kaiser lo que debería hacer es invadir las islas Malvinas echar a los ingleses y devolverla a sus legítimos propietarios”. O sea que casi casi, además del financiamiento de la Escuela de Frankfurt, si los alemanes no hubieran perdido la guerra casi nos devuelven las Malvinas gracias a Hermann.

Y finalmente, el libro abre en torno a esta relación, la de Weil con la Escuela de Frankfurt, una gran cantidad de interrogantes que siguen formando parte de los grandes debates del marxismo occidental de izquierda. Un debate, por ejemplo, sobre el rol del proletariado y de su conciencia, en torno a las propuestas de Marx y de las polémicas que despertaron; lo que moviliza a todos los grandes cerebros de la Escuela de Frankfurt, Adorno, Horkheimer, Haberman y Marcuse.

O el debate sobre que significa en los años ’20 el socialismo soviético, el bolchevismo, el Estado pos-revolucionario que se está constituyendo en la Unión Soviética, y hasta qué punto eso se puede comparar o no con el Nazi-fascismo, de donde surge la idea del Estado autoritario.

Conceptos como el de capitalismo de Estado o capitalismo monopolista de Estado, que nosotros manejamos con irresponsable soltura, sin tener muchas veces conciencia de que ahí nacieron y movilizaron a los grandes pensadores de la Escuela más ligados a la economía y a la teoría política: el mismo Weil, Pollock, Grossman, Franz Neumann. Ese gran libro de este último que se llama “Behemoth”, con las tesis del cual Mario toma partido en la discusión, y yo estoy totalmente de acuerdo, creo que es uno de los estudios más extraordinarios que se han escrito sobre los orígenes del Estado Nazi. Discusiones en términos económicos, señala Mario, que llegan hasta Baran y Sweezy, hasta Paul Mattick, y no recuerdo si Mandel las retoma.

Hay una gran reflexión que hace Mario, sobre el cambio que implicó, con sus ventajas y desventajas, que tomara la dirección del instituto Max Horkheimer. Mario interpreta, que ese cambio de rumbo significa un alejamiento cada vez más profundo del marxismo como tal. Bueno, puede ser que ahí que tengamos un matiz, yo no veo tanto ese alejamiento, pero lo cierto es que el dato duro es innegable, ahí hay un cambio de rumbo, que tal vez indica o es un poco el síntoma culminante de esa gran escisión que se produjo en gran parte del marxismo del siglo XX, entre el más filosófico teórico u occidental, como certeramente lo llamó Perry Anderson, y por el otro lado, un marxismo político dogmático, muchos menos refinado y sofisticado, desde el punto de vista teórico, marcado por el predominio del stalinismo. Pero que también, explica, es muy conmovedor lo que cuenta Mario, lo que podríamos llamar el “rencor retroactivo” de Félix Weil en sus memorias, respecto de Horkheimer, que como muchos señalan no era buena persona, y lo mismo con respecto a Adorno. Cierto que el único casi santo parecería ser el mismo Weil.

Todo esto se puede encontrar en el libro. En su conjunto hay una revisión muy clara, entretenida, en el mejor sentido del término, y profunda de muchas de las grandes tragedias mundiales y de la Argentina durante el siglo XX. Así que agradezco a Mario que haya escrito este libro fantástico porque puede perfectamente cumplir un doble papel, se puede leer como una buena novela y, al mismo tiempo como un texto muy documentado para estudiar, para abrir discusiones y problemas, para volver a repensar una parte crucial de la historia política e intelectual del siglo XX.

 

 

Ricardo Forster

Filósofo, secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional.

 

 

Hay libros que entran primero, quizás por su olor, cuando han sido editados hace treinta o treinta y cinco años, esa humedad del papel, que ya no lo tiene porque cambió la textura, pero también por su diseño y por su título. El título es en si mismo un hallazgo Bolchevique de Salón y ese cuadro de Grosz (retratando a Weil que figura en la tapa), es un cuadro extraordinario.

Bueno, a mi me gustaría de hablar de otra cuestión, Félix Weil era lo que en el mundo judío se llamaba un iecke (que se diferenciaba de los otros judios) porque provenía de la refinada cultura de los judíos alemanes, opuesta a los ostjude (judíos de Europa Oriental),a los lituanos, los polacos, los rusos, que más bien eran los bárbaros, y había toda una lógica aristocrática, una lógica del saber. No es casualidad que el padre de Félix haya amasado una fortuna en la Argentina, también eran muy ricos los padres de Horkheimer, el padre de Adorno era un comerciante muy enriquecido que se dedicaba a la venta de vinos, el de Walter Benjamin, era una anticuario bastante acomodado, el de Georg (György) Lukács era uno de los directores del principal banco húngaro de la época, propiedad de los Finskelstainuna de las familias más ricas de Austria, y así podríamos seguir.

Los hijos en un punto, no es que traicionan a sus padres, porque muchos de ellos soñaron con hijos artistas, filósofos, físicos, intelectuales. Cosa rara, una buena madre judía de la Europa Oriental solamente podía imaginar un hijo comerciante o un hijo médico, pero nunca un hijo periodista, pintor, músico. Uno de los hermanos Finskelstain era músico. Esto define, determina una personalidad, muchos de ellos, fueron marxistas, revolucionarios, pensaron el mundo desde una mirada crítica y antagónica a la profunda y entrañable relación que sus padres establecieron con una Alemania mítica.

El padre de Félix Weil, era contemporáneo de Hermann Cohen el fundador de la escuela de Marburgo, el gran filósofo que reinauguro la tradición kantiana en Alemanía, y sin el cual hubiese sido muy difícil pensar la filosofía alemana del siglo XX. Cohen como Weil fueron profundamente alemanes. Hermann Weil trabajó para que Alemania ganase la guerra. Mario señala de una manera muy clara, como contribuyó con un trabajo cuasi de espionaje a avisarle al alto mando alemán que barcos salían de la Argentina con cereales para que bombardearan a los que se dirigían a Inglaterra.

Y de la misma manera que Hermann Cohen o Ernest Cassirer, muchos de los judíos de aquella generación se sentían profundamente arraigados, en lo que para ellos era la cultura de Lessing, de Schiller y de Goethe. Félix Weil o el propio Walter Benjamin, o Lukacs o Rosa Luxemburgo, una judía polaca que migra a Alemania, asumen algunos de los rasgos de los ieckes, igual que otra intelectual judía de la época, de la misma generación, como Hanna Arendt. Algo tenían en común, una era la característica de iecke, todos eranprofundamente soberbios, estaban absolutamente convencidos de su genialidad. Hay una famosa frase de Adorno, que dice que “un joven de veinte o veinticinco años en la década del ‘20 con una idea en la cabeza, y el estómago más o menos lleno podía aspirar a la genialidad”,

Efectivamente fue toda una generación de hombres y mujeres geniales que quieren transformar la historia; todos ellos participaron de la revolución. Lukacs fue comisario del pueblo en la revolución húngara de Bela Kum, tanto del Ejército Rojo como de la Educación. Y cuando iba a ser fusilado, lo salva un pedido de los intelectuales de la época firmado, en primer lugar, por Thomas Mann. Félix Weil es un poco diferente, no tiene esa soberbia o esa mirada autocomplaciente de personajes que no han merecido tener de si mismos esa mirada.

Por otra parte, cuando uno dice Adorno, Lukacs, o Arendt, se piensa efectivamente en personas extraordinarias, que están involucrados en la cuestión del arte y de la cultura. Como lo muestra la relación de Weil con Piscator, con Brecht, con las vanguardias estéticas, con la pintura. Él se vincula con Grosz, que fue un hombre extraordinario de esa generación artística.

Weil agrega algo no menor, una relación muy profunda y sistemática con la Argentina. Esto implica, por un lado, una relación amorosa, afectiva y, por otro, una relación política, al vincularse fuertemente con una rama de los socialistas, sobre todo con los socialistas independientes de De Tomaso o Pinedo, esa intelectualidad que rodea a Justo, que implica también, por parte nuestra, una lectura más cuidadosa de una década que fue simplemente calificada aquí, como infame, lo que nos ahorra toda posibilidad de revisar críticamente la complejidad de ese tiempo.

Estos son hombres formados en la tradición económica, que en ese contexto para el capitalismo de época, Mario lo plantea explendidamente bien, está directamente vinculada con la revolución conceptual dentro de una economía política, vamos a llamarla burguesa, que está generando Keynes. Entonces, hoy leer a Félix Weil o ver las discusiones que tenía frente a la cuestión impositiva o establecer su relación con De Tomaso, con Pinedo, con el socialismo independiente, con una cantidad de cosas que sucedían en su propia visión posterior de la Argentina de los ’40, del peronismo, es al menos prestarle atención a un tipo extraordinariamente refinado, que en verdad tiene problemas con el dinero y que estuvo siempre al borde de traicionar su propia clase.

Le agradezco a Mario su libro sobre Weil. Para mi siempre fue una incógnita, le dediqué mucho años de mi vida a la Escuela de Frankfurt, a Adorno, a Benjamin, y Weil no era más que una referencia que no iba más allá del que puso el dinero, convenciendo al padre, así se decía, así lo dice Martín Jay, convenciendo al padre de que iban a formar un instituto para estudiar sobre todo el antisemitismo ¿Por qué Jay inventó eso? La verdad… que cosa culposa le pasó, no se entiende muy bien. Porque hay algo importante, Félix Weil no usa el dinero de su padre, sino también el dinero que le toca por herencia materna, la madre de Félix Weil también tenía dinero.

Hermann además de hacer un casamiento con una buena chica de familia judía, no es un pobre miserable que se había dado cuenta que el trigo funcionaba más o menos bien en el mercado mundial e hizo mucha plata, sino que tiene ya experiencia en el negocio. Por supuesto que junto a otros hombres de origen parecido, como Alfredo Hirsch, que Mario plantea muy bien, y surge allí otra biografía para hacer. Hirsch, el gran patrón por largos años de Bunge & Born, es el otro gran cerebro en la construcción de la especulación cerealera y del mundo económico argentino. Un hombre clave de esta historia. Todavía está la suntuosa mansión en la que vivió en Belgrano R, así como la vieja mansión de Weil situada justo frente al actual Ministerio de Cultura. Todos ellos judíos, judíos alemanes, pero que contribuyeron, a su modo, a forjar la historia argentina. Quería destacar también este aspecto del libro que presentamos.

 

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